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PLENILUNIO

Es casi medianoche.
La luna llena lo ilumina todo como si fuera de día.
Contra el cielo claro se recortan las siluetas esqueléticas de unos edificios en construcción.
Hay un romántico silencio que es melodía.
Un vigilante nocturno, encerrado en su cuartucho de bloques, escucha comentarios de fútbol en la radio colocada sobre un montón de sacos de cemento.
De pronto, un grito de mujer desgarra el silencio.
Proviene de las columnas desnudas del más apartado de los edificios, allí donde las grúas estiran sus poderosos brazos contra la luna enorme, como si quisiera desgajarla.
Un rayo de luna cae sobre el rostro de una chica, desfigurada por el grito de espanto.
Forcejea para librarse de los cobardes que intentan violarla.
La terrorífica navaja que empuña el hombre que ríe con una mueca, brilla ante sus ojos desorbitados.
Otros dos intentan sujetarla por la fuerza.
La joven tiene apenas quince años.
La desvisten, desgarrándole las ropas y el alma.
-¡Cállate o te rayo la cara!
Lo malo; lo terriblemente trágico es que ésta no es una escena de una película de terror.
¡Es real y está pasando en estos mismos instantes!
Una niña inocente está siendo violada por unos asesinos que tienen el cerebro lleno de bichos.
El vigilante salió corriendo, sujetando la correa de un perro que lanzaba ladridos a la luna.
Distinguió tres sombras cobardes que huían.
La linterna iluminó el polvo levantado por el coche que arrancó con un chirrido de una risa sádica.
Voces gruesas y malolientes retumbaron en la noche de plenilunio.
En el suelo yacía, temblorosa, una joven casi desnuda.
Socorrió a la chica y llamó a la ambulancia y a la policía.
Poco más podía hacer.
Un grillo cantó afónico cuando se hizo un entrecortado silencio de llantos.
Y una bella figura de porcelana fina, se hizo añicos en el cuarto izquierda, del portal tercero, de la barriada equis, de una ciudad cualquiera.

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Inserté en único euro que llevaba en el bolsillo en la ranura de una de las máquinas tragaperras del Salón Recreativo. Había decenas de ellas muy llamativas, con diferentes diseños y colores, luces centelleante y música excitante. Pulsé el botón rojo. Parpadearon cuatro luces del mismo color y, con un agradable tintineo cayó una cascada de monedas. Confieso que ésta es la primera vez que juego a las tragaperras. Me llevé una agradable sorpresa. ¡Qué fácil es ganar dinero! -me dije. Seguí jugando y continué ganando. Cada euro se multiplicaba por cincuenta o cien. Jugué en varias máquinas a la vez, y todas me dieron premios. Con alborozo vi que las máquinas se reunían en torno a mí, y se apilaban unas encima de otras formando un pozo. En el centro del mismo estaba yo, encima de una montaña de monedas, con los brazos abiertos, riendo de gozo. Los euros brotaban en torrentes de todas las máquinas, hasta que, una a una fueron quedando vacías. El último euro de la última tragaperras tintine