LA PLAYA DEL PUMA
Está llenando la marea. El aire tiene sabor a salitre. Planto el caballete en un llano, cojo los pinceles, y contemplo cómo las olas rompen contra el peñasco de la orilla. Chorros de espuma se elevan en el aire. Las minúsculas partículas me refrescan la cara.
El cuerpo de la ola se torna transparente, y la última luz de la tarde se cuela en la cresta que está a
punto de reventar. El color retrata el paisaje marino. Pinto durante horas, absorto.
Y de pronto, un gruñido sobrecogedor rompe el silencio.
Un puma desciende cauteloso por el acantilado de la izquierda. Su color se confunde con el de las rocas. Se detiene en el espejo del agua apresada, donde se mira el cielo con todos sus colores. Prueba el agua salada y sacude la cabeza.
Le dejo agua fresca en un plato, en el mismo lugar donde había estado pintando.
Está llenando la marea. El aire tiene sabor a salitre. Planto el caballete en un llano, cojo los pinceles, y contemplo cómo las olas rompen contra el peñasco de la orilla. Chorros de espuma se elevan en el aire. Las minúsculas partículas me refrescan la cara.
El cuerpo de la ola se torna transparente, y la última luz de la tarde se cuela en la cresta que está a
punto de reventar. El color retrata el paisaje marino. Pinto durante horas, absorto.
Y de pronto, un gruñido sobrecogedor rompe el silencio.
Un puma desciende cauteloso por el acantilado de la izquierda. Su color se confunde con el de las rocas. Se detiene en el espejo del agua apresada, donde se mira el cielo con todos sus colores. Prueba el agua salada y sacude la cabeza.
Le dejo agua fresca en un plato, en el mismo lugar donde había estado pintando.
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